Quién diría que desde la
última vez que me senté para volcar algo en este blog han pasado veinte días. Y
sí, fue cuando el general marioneta, el
coronel firulete y el teniente coronel zurdito nos dijeron que había que
endurecer por 15 días la cuarentena (que son 40) y que repetíamos en la forma
de novena quincena, eso es el equivalente a tres cuarentenas. ¿Me entendió? Es
que es así como también manejan la economía, pero agarre una calculadora y va a
ver que no es un mero juego de palabras.
Mientras tanto pasamos los
días muy bien guardados. Comiendo lo
justo y necesario para que nos sigan entrando los pantalones, educando a
nuestra peluda mascota que decididamente comprendió que nos reverenciamos ante
sus dientes o lo que es peor, uno comienza a suponer que la educación de
nuestras hijas salió de pura casualidad. Durmiendo un poquito más. Dándonos
esporádicos y medidos momentos de sabores Malbec. Descubriendo que a mi esposa
también le salen canas. Tratando de que no se descargue la batería del auto e
imaginando un futuro tipo Walt Disney.
Estaba en eso cuando ayer
al mediodía aparecieron otra vez Tiburón,
Delfín y Mojarrita esta vez con un séquito de adulones chupamedias algo
inútiles y por sobre todas las cosas chorros. Después de escuchar lo mismo que
la primera vez, allá por el 19 de marzo de este año y “después de Cristo”,
comprendí que seguiríamos con la cuarentena de quince días por otros tantos que
luego volverían a multiplicarse por tres para hacer “sí” cuarenta días que nos
llevan al mismísimo 31 de agosto de esta era. Pero claro, eso no lo dijeron.
Así las cosas comienzan
las dudas. Después de cuatro meses estamos como cuando comenzamos. Qué, no lo
sabemos porque ya pasó demasiado tiempo. Lo cierto es que mientras escuchamos a
economistas hacer pronósticos, a opositores hacer pronósticos, análisis,
deducciones y “Zoom”, a los Sindicalistas y referentes de las distintas organizaciones
barriales… (esto no se debe hacer
pero es importante el ejercicio: piense lo que dicen las referidas personas)… ¡Bingo!, porque jamás dijeron nada,
mientras escuchamos a los epidemiólogos contarnos cómo va la pandemia, a los
infectólogos cómo va la “infectación”,
a los politólogos decir siempre lo mismo pero con una sonrisa, a los
cardiólogos que se va a morir más gente este año por infartos, a los oncólogos
que se va a morir más gente este año por cáncer, a los proctólogos cómo nos va a
quedar “el tujes” en la
post-pandemia, no podía ser menos. Le puedo asegurar que una persona como yo,
que desde hace 120 días se está estudiando frente al espejo cuándo aparece el
primer síntoma, requiere meterse en una cámara hiperbárica (por las dudas) y
dormir hasta que le digan: “Poné el bracito que esta es la VacuVid19. Ahora a
vivir la vida…”
Sucede que creo que
padezco Hipocondría. Mi amigo, que
solo por casualidad es médico y psiquiatra me dijo que lo mío es un Trastorno de Ansiedad a la Enfermedad,
que vendría a ser lo mismo pero que pone blanco sobre negro agregándole el tema
“ansiedad” a esta imposible forma de controlar mi amígdala frontal (no me voy a
poner a explicarle ahora cómo funciona, aunque me muero de ganas).
Ya me agarró escalofríos
pero no era fiebre, tos pero fue porque tragué torcido, inapetencia pero era
que estaba muy ansioso, dolor de cabeza pero era sencillamente tensional, odinofagia y anosmia terminó
siendo una mandarina que no servía para nada, sensación de falta de aire una
vulgar opresión nerviosa, dolor de garganta que finalmente fue reflejo producto de una pequeña llaga
detrás de la lengua…
Mi querido amigo, no se lo
deseo a nadie. Es más cuando a uno le dicen “te pasaste 120 días de tu vida
perdidos entre miedos y temores infundados cuando en verdad deberías de haberlos
transcurrido en plena armonía” y luego le escrachan
la pregunta “¿y te pasó algo?” uno se siente exactamente eso que está pensando.
“Sucede por un exceso de
información”, es la lacónica respuesta de mi amigo profesional. Y agrega: cuando no alcance tu capacidad de ver la
realidad con tranquilidad con un poquito de alplazolam te hago brotar una
sonrisa.
Cuando uno vive de esto y
me refiero al periodismo y no a la manía obsesiva y compulsiva de auto enfermarse
se hace difícil entenderse. Pero si a todo esto le agregamos que desde nuestra
magnánima dirigencia política Alberto Fernández II pasa de aparentar un hombre
democrático a extrañar a lo más selecto del populismo dictatorial de América
Latina, o a afirmar que Venezuela con “sus
cositas” es una democracia o que nunca creyó que expropiar Vicentín nos iba
a poner de mal humor, queda evidenciado que la dinastía Fernández carece del
equilibrio justo para la vida política de la República.
Y sucede que entre un par
de desequilibrados emocionales porque aquí entra como protagonista la reverenda madre de todas estas batallas,
y estoy haciendo referencia a la emperadora empoderada que está convencida que
la historia ya la absolvió, Cristina Fernández I, más un grupo de lacayos
millonarios (algunos muertos) otro detenido pero la mayoría impune, vamos
camino a ser sobrevivientes de una peste que desde hace 75 años viene azotando
nuestra Patria. Y no es exclusivamente el peronismo mi querido lector. Es la
berretada Casta Política de la que no somos capaces de desintoxicarnos. ¿Quién
nos gana? ¿El Covid19 o la CP20? Lo consulto con mi amigo y vuelvo.